Con la caída del Imperio Romano, Europa se encontró gobernada por los poderes eclesiásticos, que influyeron, y mucho, en los peinados.
El cabello largo, perfumado, sensual de las mujeres tenía fuertes connotaciones eróticas y por ello se llegó al extremo –hablamos de los siglos IX y X– de que las mujeres, siguiendo los cánones de la época, escondían el cabello debajo de largos velos y se depilaban las cejas y el pelo de la frente, para no dejar entrever ninguna pilosidad sospechosa. Años más tarde, la pérdida de cabello de Isabel de Baviera pondría de moda el hennin, un cornete puntiagudo y elevado para esconder el cabello y estilizar el rostro.
Por aquellos tiempos, a Juana de Arco la peluquería masculina le debe el coupe à l’écuelle,también llamada “caracalla”, un corte de tipo casco que se realizaba colocando una cazuela o un utensilio parecido en la cabeza y recortando el cabello sobrante, al estilo de un paje. Los hombres podían llevar también el cabello largo, pero bien visible, ya que era síntoma de virilidad y libertad, al contrario que los esclavos y los clérigos, que iban tonsurados como signo de sumisión.
Con el Renacimiento volvió el culto a la belleza personal, como uno de los valores de la época clásica que tomaban como ejemplo. Los enrevesados y exquisitos peinados renacentistas se inspiraban en los pintores italianos de la época: Botticelli, Giotto, Tintoretto, Mantegna, Miguel Ángel, Rafael, Da Vinci… de donde surgían los arabescos, los peinados refinados, los cabellos flotantes, y la ornamentación a base de rejillas, coronas y joyas tan en boga en la época. El rubio volvió con furor en su modalidad veneciana, de donna angelicata. El ideal femenino de belleza cantado por los poetas del siglo XVI era un ángel rubio. Las mujeres se aclaraban el tono del cabello con cenizas de hoja de parra, carbón, limón, madera de regaliz… Dejaban actuar los preparados mientras tomaban el sol, para obtener un rubio más intenso.
- Por Raffel Pages
- Museo de Historia de la Peluquería
