29 May 2023

Coiffure Legendaire: Colores, postizos y recogidos en la Antigua Roma

A pesar del furor del rubio en la Antigua Roma, muchos romanos también eran partidarios del cabello oscuro e incluso completamente negro.

Plinio el Joven, el famoso naturalista del siglo I d. C., daba recetas para oscurecer el cabello, por ejemplo con cáscaras de castaña hervidas con puerros. También escribió sobre recetas diversas para esconder las canas, preparadas con gusanos de tierra, hierbas variadas, sanguijuelas maceradas en vino tinto, etc., y aplicadas en pomadas al cabello, que luego se exponía al sol. Los hombres, como hemos visto, no estaban exentos de los cuidados de belleza, tenían que denotar estatus con una imagen esmerada, y por supuesto gustar a las mujeres, amantes y esposas.

Otra vez es Ovidio quien en su ‘Ars Amatoria’ argumenta que un mal corte de pelo podía estropear un rostro, y que, por tanto, el cabello y la barba tenían que confiarse a manos expertas. Y no dejaba de mencionar tampoco el detalle y la importancia de llevar las uñas bien cortadas y limpias.

En los siglos I y II d. C. la sofisticación femenina aumentó. Las mujeres ricas de Roma lucían peinados cada vez más elaborados, por influencia helénica y de Oriente. Tenían un gran grupo de esclavas y sirvientes que se dedicaban a hacerles la toilette matinal. Disponían de cinerariae que calentaban las tenacillas de rizar, de calamistri que les ondulaban y rizaban el cabello, de psecades que las perfumaban, de catoptristes que sostenían los espejos, tonstrices y ornatrices que las peinaban, teñían y depilaban, etc.

Siguiendo con la idea fija de las pelucas, los peinados de la época flavia incorporaban postizos para ganar altura. Se fabricaban con cabellos pegados o cosidos a soportes de cuero o tela, ya que era imposible elaborar peinados tan exóticos tan solo con el propio cabello. Eran tan altos que se aludía a ellos como «peinados de torre».

Por este grado de sofisticación, las ornatrices tuvieron que especializarse, instruidas dentro de la misma domus, donde las más veteranas les enseñaban los secretos del oficio, o algunas veces como aprendices en las tonstrinae. Conseguirían importancia, como los tonsores, ya que, por ejemplo, en la lápida funeraria del patrón de una de estas peluqueras, Ciparene, se esculpió un peine y una aguja al lado del nombre. Y no se trata de un caso aislado, porque hay constancia de otras peluqueras a las que se les rindió un reconocimiento especial.

Como habíamos visto en Grecia, recogerse el cabello y estructurarlo también era síntoma de civilitas, contrapuesto al look de los pueblos bárbaros, despeinado. Una domina romana solamente se despeinaba como señal de duelo. Las peluqueras utilizaban peines de diferentes géneros y medidas –de hueso, plata, madera, carey–, hierros calentados para rizar el cabello, bigudíes para ondular, pelucas y postizos, agujas para recoger el pelo, adornos de oro y plata, cintas, rejillas, pasadores, diademas, etc.

La aguja para recoger el cabello era recta, larga y ornamentada. Su forma reproducía las púas de animales, y la función era el cardado que se hacían los hombres y mujeres primitivos, y que se sigue llevando a cabo en muchas tribus. Muchas de estas agujas presentan un formato simple, pero otras están muy adornadas. Todas revelan claramente que la forma de este adminículo no ha variado en diez mil años.

De hecho, una de las piezas más curiosas del Museo de Historia de la Peluquería es una aguja de oro romana decorada con una pequeña ánfora destornillable, que deja al descubierto la aguja vacía por dentro (ver imagen). Esto permitía a las mujeres introducir veneno y ¡utilizar la aguja como un arma de defensa!

Por Raffel Pages

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Suscríbete a la Newsletter

Inscríbete y sigue las últimas noticias al día

Busca

35,147FansMe gusta
273,116SeguidoresSeguir
7,781SeguidoresSeguir
2,709SeguidoresSeguir